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UNA COSTUMBRE ANCESTRAL QUE SOBREVIVE A LOS TIEMPOS

EL DÍA DE LOS MUERTOS Y EL TANTA WAWA AYACUCHANO.

El primero de noviembre de cada año, en todo el territorio peruano revive una costumbre ancestral: las ofrendas a los muertos. Las familias van al Campo Santo a recordar al menos por ese día sus familiares fallecidos. Les llevan música, bebidas, comidas como ofrendas y lo pasan un día entero con ellos tratándolo como si estuviera vivo. Comen, beben y bailan juntos. Es día de llevar alegría al fallecido.

  ORIGEN:
Esta vieja costumbre nace en la época prehispánica. Y nos lo cuenta el Cronista Indígena Felipe Guamán Poma de Ayala en su obra Nueva Crónica y Buen Gobierno. Él nos dice que el primer día del mes de "Aya Markay Quilla" (noviembre) mes dedicado al culto a los muertos, para honrar la memoria de los antepasados. Los cuerpos momificados eran extraídos de sus bóvedas (llamadas pukullo) para renovar sus vestuarios, darles de comer y beber, y luego de cantar y danzar junto a ellos, los ponían en andas y los sacaban en recorrido, de casa en casa, por las calles y plazas para luego retornarlos a sus pukullos, “dándoles sus comidas en vajillas de oro, plata y barro.
También se le ofrendaban carneros y ropa para luego enterrarlos junto a ellos”.
Esta costumbre sobrevivió a la hecatombe demográfica que trajo consigo la conquista española y sus enfermedades. Antes que Pizarro pise tierras incas, desde Panamá avanzaba una ola de peste negra: el sarampión, que los españoles trajeron desde España y contagiaron a los indígenas en Panamá. Desde allí esta enfermedad empezó su avance de muerte hacia el sur diezmando a miles de indígenas. El sarampión llegó por tierra antes que Pizarro por mar. Así, el inca Huayna Cápac fue contagiado y falleció por esta enfermedad. Muerto el inca lo momificaron y lo pasearon desde Tumpipampa en Ecuador hasta Cuzco, y en las festividades de Aya Markay Quilla continuaron haciéndolo. Durante todo ese trayecto el sarampión diezmó a la población que al acudir en masa a las procesiones del Inca se contagiaban masivamente. El indígena no tenía anticuerpos para esta nueva enfermedad y moría irremediablemente.
Pasado el tiempo, las festividades del mes de noviembre en honor a los “vivos y los muertos”, llamado también de “todos los santos” por la iglesia católica, continuaron vigentes y dicha costumbre hasta hoy subsiste en el pueblo peruano.

Dentro de esta tradicional costumbre se destaca el Tanta Wawa (Niño de Pan) y los famosos caballos, como se muestra en la imagen, que es una de las ofrendas más bellas y dulces que se le puede hacer al difunto, sobre todo si es un niño o una niña. El Tanta Wawa es un pan dulce y delicioso. Al pan o bizcocho le dan la forma de una muñeca o muñeco, incluso otra forma como el caballo, y le agregan dulces como menudas grageas polícromas, pasas, etc. Lo hacen en varios tamaños, incluso con caretas de yeso. Cuando un niño o niña muere, siendo la prenda más querida de una familia, el dolor es inmenso, muere el futuro, muere las esperanzas de la familia. Y, cuando llega el mes de noviembre los padres le llevan sus juguetes, su ropita, los potajes que más le gustaba y entre ellos el tanta wawa que es una delicia para el paladar. Así surge esta costumbre, aunque no se sabe cuando surgió en su versión actual. Pero el tantawawa se extendió más allá, porque ya no solo es una ofrenda al niño o niña fallecida, sino a todo familiar querido que falleció, incluso es consumido por toda la familia: niños, adultos y ancianos, y por supuesto, uno de los más ricos está reservado para el fallecido.

Esta costumbre se extiende en todo el Perú, pero es bastante arraigada en Ayacucho, Huancavelica, Junín, Arequipa, Apurímac, Cuzco y Cerro de Pasco. La creatividad popular deja ver en cada zona tantas formas, texturas y sabores elaborados con mucho primor y detalle en su ornamentación. Son verdaderas obras de arte para la vista y el sabor.

IMPORTANCIA  
Esta fecha es muy importante para la sociedad ayacuchana y otras ciudades del Perú, porque en este día se recuerda a un ser querido que ya no está en vida  y por otro lado es una ocasión para reunirse en familia con todos sus miembros para compartir un momento de felicidad compartiendo los diversos potajes y el pan dulce llamado el tanta wawa.
El ser humano siempre ha convivido con la muerte y nunca dejó de honrar a sus muertos de muy distintas maneras. Pues, al hacerlo no es más que la manifestación del respeto que se tiene a la muerte que tarde o temprano nos arrebata lo más valioso que tenemos: la vida. Para ello, tenemos reservado el mes de noviembre. Mes de los muertos, mes para honrarlos. Pero, al mismo tiempo mes para celebrar la vida, nuestra vida. 
Es cuando agradecemos a Dios, a la Naturaleza por este gran privilegio. Pues, con ella aún podemos soñar, trabajar, crecer, amar y disfrutar de todo lo que existe en el mundo. Sentirnos plenos y felices, no importándonos nuestra condición económica, social o política. Lo importante es que tenemos vida y una oportunidad para ser felices superando cualquier obstáculo para sentirnos plenos y satisfechos de una vida donde uno se siente útil.


En otros lugares, al no poder ir al cementerio, las familias se reúnen en sus casas el primero de noviembre para hacer sus respectivas ofrendas. Es una ceremonia tan solemne y nostálgica que trasciende los tiempos y sentimientos.

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