Por: Urbano Muñoz Ruiz
Una grata nueva nos alegró el 2011. José Antonio
Sulca Effio (“ASE”), figura conocida del ambiente cultural huamanguino, ganó,
en la mención de Poesía, el Premio Nacional de Literatura Quechua Federico
Villarreal, la presea más importante que se concede a la literatura en
runasimi en el Perú. Con este nuevo reconocimiento, José Antonio se posiciona
en el mundo literario nacional como un importante valor de la poesía quechua.
Este reconocimiento significa, por otro lado, el
aquilatamiento del quechua ayacuchano, que es honrado por quinta vez por el
Premio Federico Villarreal. Primero fue en 1997, cuando un hijo destacado de
Huanta, Porfirio Meneses Lazón, ganó el Premio en la mención de Cuento, con
su libro Achikyay willaykuna (Cuentos del amanecer); la segunda vez ocurrió
el 2000, en que Sócrates Zuzunaga, ilustre vástago de Pausa, obtuvo el
galardón en la misma mención, con su Tullpa willaykuna (Cuentos del fogón);
el 2001, ganaron el Premio, en Poesía, el compositor lamarino Ranulfo Fuentes
y Victor Tenorio, laureado escritor huamanguino, con sus poemarios Llaqtaypa
harawin (El cantar de mi pueblo) y Musquykunapa qillqan (Escritura de los
sueños), respectivamente; el 2006, Sócrates Zuzunaga vuelve a ganar el Premio
en Poesía, con su Kuyaypa kanchariynin (La luz del amor). El 2011, el
galardón en Poesía se otorga al campeón huamanguino José Antonio Sulca Effio,
por su Chirapa wiqi (Arco Iris de Lágrimas).
El jurado, conformado por el crítico literario
Gonzalo Espino Relucé, la poeta Dida Aguirre García y el quechuista Edwin
Alarcón La Torre, declaró por unanimidad ganador a Chirapa wiqi, “por su
escritura moderna, sin renunciar a la sensibilidad andina cargada de alta
expresión musical y fluidez metafórica intensa”. Y ahora tenemos con nosotros
al texto galardonado, publicado en edición impecable (Lima: Universidad
Nacional Federico Villarreal, 2012. 78 pp.).
El título del poemario motiva a reflexionar sobre el
término chirapa (arco iris), que para los quechuas significa el chaka o
puente que comunica los mundos posibles (hanaq pacha, kay pacha, uku pacha),
por ende es la representación de la relacionalidad, principio lógico fundante
de la filosofía andina (un axioma fundamental que indica la estructura básica
de esta filosofía, de donde derívanse los otros principios filosóficos:
correspondencia, complementariedad, reciprocidad, competitividad y respeto).
Según la relacionalidad, en el mundo todo está conectado permitiendo la
configuración de un orden cósmico.
Ahora bien, el chaka de José Antonio es un chaka de
lágrimas de tristeza, sentimiento predominante en más de la mitad de los 30
poemas que integran el libro. La tristeza tiene dos fuentes principales y la
primera es la nostalgia de un mundo que se va perdiendo. Se expresa en el
poema Suqta (6):
Kukuli, wayawpi llakita waqaptinmi,
ñuqapa sunqullaypas,
wayllusqaykita yuyarispan / yawarta
waqan.
Musquyniki waqaychaq punkuykipi,
wiqimpas qucharayanankama,
sapatuta waqallan.
Warmachaymanta kuyasqay urpi,
llakikitapas kuchuman wischuykuspa
kusita sunquypi waytaykachiq,
ama ripuychu, amaraq saqiychu.
Es el cantar dolorido del amante que recuerda
mejores tiempos y, haciéndose acompañar en su pena con la cuculí del sauce
cercano y la estrella más próxima, trata de retener a su amada, cuya partida
es inevitable.
La nostalgia de un mundo que se va perdiendo o ya se
perdió se explica porque el poeta vive, en cierto modo, un presente doloroso
marcado por la injusticia social, la incomprensión, el desarraigo y el
desamor que sufren muchos peruanos y que encontramos en varios de sus poemas.
Así, el poema Qanchis (7) dice, en castellano:
Arrojado por los que nos odian
muero lentamente / en este pueblo
desconocido.
A la viejita que allí, barre huellas
ocultando sus penas en el corazón,
denle aunque sea un pancito seco:
Carga culpas del hijo / que
ensangrentó días:
esa ancianita es mi madre.
La segunda fuente de la tristeza del poeta es la
desesperanza frente al porvenir. Se insinúa en Iskay chunka pichqayuq (25),
el poema más largo y, por su contenido, el más emblemático del libro. Me
permito citarlo en su totalidad:
En mi vejez, aún florecen, en medio de
molles
tus ancianas casitas de adobe / con
sombreritos de tejas,
tus empedradas calles, adornadas de
campanarios
y tus portones sonrientes con acequias
al frente
regando iglesias.
Recuerdo tus guitarras besadas por la
luna
despertando a ingratas palomas y a tus
yaravíes
haciendo sangrar corazones,
también a los perros ladrándole a mis
poemas
cuando los cantaba en una puerta,
bajo un balcón o ante un público.
Así te recuerdo, pueblo mío, / y así
te vas a ir conmigo
mañana o pasado cuando me vaya.
Aquí se entrecruzan la desesperanza frente a un
porvenir incierto y la nostalgia por un mundo que se va perdiendo y que es la
Huamanga de espíritu aldeano y resabios coloniales, de tejados y campanarios,
callecitas empedradas y con acequias, casas de adobe con pórticos de piedra y
portones, cuyas imágenes quedaron fijadas en la memoria del poeta cuando éste
era niño en la década de 1940. Una Huamanga sombreada de molles, con balcones
y grandes ventanas enrejadas hacia la calle, bajo las cuales los enamorados,
premunidos de guitarras, daban serenatas de yaravíes a las bellas
huamanguinas.
Esta Huamanga, que el poeta llama cariñosamente “mi
linda Ciudad de Molles y Campanarios”, ya casi no existe. Los hermosos
tejados rojizos hace tiempo que se han reducido porque la pobreza y el mal
gusto los han cambiado por las horribles calaminas; las acequias fueron
reemplazadas por las tuberías de plástico y las calles han perdido sus
empedrados para ser cubiertos por el frío concreto y el nada agraciado
asfalto (la excepción es el centro histórico, donde merced al buen tino de
algunos alcaldes, se ha optado por utilizar lajas para las pistas y adoquines
para las veredas, favoreciendo el goce estético de los vecinos y visitantes).
Las innovaciones que trajo la forzada modernización
tecnológica hasta hoy no han sido muy favorables a la afirmación de la
identidad huamanguina, peor aún, la han debilitado. Es el caso de la
calamina, cuyo uso en Huamanga ya había sido alertado en 1911 por un ilustre
visitante, José de la Riva Agüero, quien detectó este material en algunas
casas y lamentó su uso porque malograba la belleza de la ciudad. Otro caso es
el empleo indiscriminado del material denominado “noble” en la construcción,
asociado últimamente al enmayolicado impertinente de algunas fachadas,
copiando las huachaferías del peor gusto capitalino.
Asimismo, cada vez se oye menos yaravíes y las
serenatas han desaparecido, como los balcones. Otros sones, menos
tradicionales, y otras formas nuevas, menos románticas, de enamorar a las
huamanguinas, han venido a reemplazarlos. Así, el poeta, de espíritu en
cierto modo tradicionalista, siente que todo va cambiando rápidamente y no
para bien. He allí su desesperanza frente al porvenir de Huamanga. Este
sentimiento, por lo demás, dimana de las sensaciones de un hombre en pleno
otoño de su vida, sensaciones que le dan un tono elejíaco a muchos de sus
poemas y en el caso del poema 25 un sentido de epílogo, sobre todo cuando
dice: Así te recuerdo, pueblo mío, / y así te vas a ir conmigo / mañana o
pasado cuando me vaya.
Pero no todo es tristeza en el mundo letrado de José
Antonio, quien finalmente nos recuerda, como buen andino, que frente a la
tristeza y la desesperanza pesan más las ganas de vivir y de la manera más
festiva. Así, sacándole la vuelta incluso a la discapacidad física (porque el
poeta desde hace más de una década ocupa una silla de ruedas), ha labrado
poemas humorísticos, que son realmente hilarantes. Es el caso de Isqun (9)1:
Mulli aqacha, piña piñacha / achachaw;
kulli aqacha miskiy miskiycha, /
añallaw.
Tunasta mikurquwaqchu / qipu
qipuntinta;
warma yanayta apakuwaqchu / iskay
wawantinta.
Manaya ñuqaqa atiymanchu
rawraq siki warmikita / kayman wakman
apaykachaytaqa.
El sentido festivo de la vida y la concepción de que
todo (es decir las plantas, los animales y las cosas llamadas “inertes”) vive
en el mundo y habla y sueña como la gente, se hacen evidentes en Chirapa
wiqi. Esto, empero, no es patrimonio exclusivo de los hombres andinos, sino
de todos los poetas, quienes como ya alguien lo dijo son la piel del mundo.
Debo señalar, asimismo, que pese a estar anclado en
lo tradicional, José Antonio Sulca es un poeta moderno. Y esto merece una
explicación, partiendo del criterio que modernidad es la forma de pensar
abierta y el vivir con el sentido de la libertad y la justicia.
Frecuentemente, por ignorancia, se confunde modernidad con modernización
tecnológica y por eso se dice que fulano tal es “moderno” porque usa un
celular, pero fulano tiene una mentalidad colonial y se arrodilla ante los
poderosos y abusa de los más débiles. No, la modernidad implica una
mentalidad diferente, asociada a la cultura de la libertad y la justicia, que
se expresa por ejemplo en el reconocimiento y ejercicio de los derechos
humanos.
Modernidad y tradición no se contraponen, así como
lo nuevo y lo antiguo no tienen por qué ser antagónicos. Podemos ser lo uno y
lo otro al mismo tiempo, eso es lo que pasa con los quechuas inteligentes de
hoy, que sin renunciar a su identidad y a sus mejores tradiciones, son a la
vez modernos. Es parte de la necesidad de seguir existiendo como portadores
de una cultura determinada. Alguna vez José María Arguedas dijo que las
culturas vivas son flexibles y no temen competir con otras y que en esa
competencia se hacen más fuertes; por el contrario, las culturas que tienen
miedo de perder su “pureza” al entrar en competencia con otras, se vuelven
rígidas y terminan extinguiéndose.
He dicho que José Antonio Sulca es un poeta quechua
moderno, por dos razones. En primer lugar, por su racionalidad abierta,
propia de un hombre que ha pasado por una universidad de corte occidental
como es la San Cristóbal de Huamanga y que actualmente no tiene inconveniente
en utilizar el internet, y algo más interesante, a la vez que manifiesta su
inquietud por recuperar las formas antiguas de la poesía quechua (harawi,
wayñu, haylli, qachwa), experimenta escribiendo poemas con la técnica del
hayku, forma poética propia de un pueblo antiguo y lejano como el japón, para
recrear los grandes temas de los hombres de todos los tiempos: la soledad,
las ganas de vivir, el amor, la muerte. Sin duda, el poeta tiene una
racionalidad abierta y creo que esto es una virtud, porque le permite
construir una obra que, siendo nacional por la forma y universal por el
contenido, trascenderá a cualquier tiempo y espacio.
La segunda razón que sustenta lo moderno en José
Antonio es el uso que hace de la letra. El runasimi no tenía escritura hasta
antes de la llegada de los conquistadores íberos. Son específicamente los
curas doctrineros quienes le van a dar escritura y de esta forma fortalecen
ampliamente a la antigua y hermosa lengua de los waris e incas. Gracias a
este hecho tenemos hoy un runasimi moderno, con el cual se puede construir un
mundo letrado, como el que ha logrado José Antonio al escribir Chirapa wiqi,
mundo mágico, maravilloso, mientras a nuestro alrededor, en el mundo
objetivo, todo se va desencantando y racionalizando de diverso modo. Gran
paradoja de los intelectuales y artistas andinos: vivir en un mundo objetivo
que va tornándose moderno sin renunciar a sus valores culturales tan antiguos
y necesarios.
(1) La chichita de molle / es brava, coleronita. / ¡Qué miedo!
La morada es dulce, / dulcecita, morenita sabrosa. / ¡Qué rica!
¿Podrías comerte a la tuna espina y todo? / ¿Podrías llevarte a mi amada / y
a sus dos hijos?
Lo que es yo, no podría pasear / con tu voluptuosa mujer, / ni aquí, ni allá.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario