Por:
Gloria Dávila Espinoza*
Desde el
título de la obra, el poeta ayacuchano Pedro Olórtegui, nos entrega una
singular obra poética, “La morfología del tiempo” No quepa la menor duda que
provoca leerla, y beber de su poesía, para oír la voz del poeta, en ese
silencio que arremete hasta encontrarnos “Oscilando en el extravío” como cuando
señala en (p. 13):
“No
recuerdo a la muerte sobre mis ojos
Ni a
ella doblemente muerta.
No
recuerdo haber pasado una temporada en el infierno pero sí, a la
sombra de un ciprés, haberme hallado bailando y ahorcado.”
Leer su
poesía evoca la razón única de atisbar con detenimiento y celeridad la poética
de los jóvenes en este siglo XXI, en donde cada verso trasuntan sus
pensamientos, sueños y sufrimientos; y tal como nos ofrece Olórtegui en su
verso-mundo, toda su creación artística, y ella nos conduce de la mano a
transitar por los meandros de ese pasadizo de su poesía existencialista que
pese a su juventud no está exenta de madurez literaria, como tal, declaro que
sus poemas navegan en un mar de melodías-versos y su secreto es develado de
modo muy sutil, allí, precisamente, en cada uno de sus poemas que liberan
adrenalina y regresión como en la rueda del Samsara. Acá un ejemplo un extracto
de: “Pretérito en el exilio” (p. 36):
“Ya todo
se pierde,
entre
los vientos
sobre el
desierto agrietado,
tirana
noche de las llanuras,
en la
tarde desembocada de crespúsculos.
más allá
de las montañas
En el
huesudo peso de la ausencia”
La
poesía es valedera si leerla genera no solo emociones, sino inmensas ganas de
reflexionar y eso es lo que me produjeron los poemas de Olórtegui. Su trabajo
replantea un nuevo enfoque poético, una mirada más profunda a la poesía. No en
vano expone su gusto por la poesía de Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire,
Alejandra Pizarnick entre otros tantos consagrados maestros de la poesía
mundial.
Recuerdo
vívidamente el día que lo conocí: Feria del Libro de Huancayo, a donde me había
constituido por invitación de otro poeta. En ese tiempo, Pedro me entregó su
poemario, lo había leído con avidez e incluso se lo manifesté: Me agrada tu
forma de escribir, rió y dijo: gracias. Y en verdad no solo me agradó sino que
me trajo con ella a aquellos filósofos quienes se centraron en el análisis de la
condición de la existencia humana, la libertad y la responsabilidad individual,
las emociones, así como el significado de la vida. Hoy entrego a ustedes una
selección de sus poemas, de este libro “La morfología del tiempo” a fin de que,
por cuenta propia, señalen la validez de su hermosa obra poética; la misma que
estdá compuesta por 30 poemas y los que se han presentado en dos grupos: Los
horizontes perdidos, Estación de Albatros y un epílogo. Larga vida para este
poeta y sus creaciones.
Selección
de Gloria Dávila:
OSCILANDO
EN EL EXTRAVÍO.
A Pilar,
Por el silencio oscuro de su frente.
NO
RECUERDO A la muerte sobre mis ojos
ni a
ella doblemente muerta.
no
recuerdo haber pasado Una temporada
en el
infierno pero sí,
a la
sombra de un ciprés, haberme hallado bailando y ahorcado.
No
recuerdo envolverme en las obscuras ubres de la locura
Ni la
inmensidad profunda del abismo.
No
recuerdo la rueda ardiente ni el lejano horizonte de Ariel.
No
recuerdo el amor en el silencio de Alejandra ni el pájaro profeta que la abrazaba
en su naufragio.
No
recuerdo el viento y la sal ni a la Alfonsina perfumada y vestida de mar
No
recuerdo en Viena el vals junto a Federico en el desván del lirio
Ni al
fresco paisaje de su herida que corría de Viznar a Alfacar.
No
recuerdo a Juan decirme en una carta abierta y en el exilio que dios era mujer
o una enfermera loca de Pickapoom.
No
recuerdo la persecución de los pasos invisibles pero sí a las legiones
demenciales de la noche.
No
recuerdo tener espinas clavadas en el corazón ni Como los erizos habitar el
olvido en el si bemol de un Pequeño Rocanroll.
No
recuerdo a Julio Ramón en las antípodas de Epicuro Ni a Jekyll y Hyde en la
morfina y el gingseng en el Romance de Curro.
No
recuerdo ser Piter Pan ni Robinsón de Tournier.
No
recuerdo el silencio inmóvil detenerse en la página virgen de una habitación
cerrada.
No
recuerdo recorrer Comala con el paso extenso, los ojos hambrientos y los
latidos secretos.
No
recuerdo llevar perdida la mirada en el desconcierto
pero sí
al viento soplar la llama invisible dela liento.
No
recuerdo aquella Estación violenta la que el sueño y el olvido
me
entregaron en una noche desierta.
No
recuerdo haber visto el puñal alzarse con delirio ni oír el grito de aquel
hombre sobre el sillón de terciopelo verde presa de su martirio.
No
recuerdo los Cien años haber pasado sin siquiera con la soledad hacer un pacto
honrado.
No
recuerdo a Mann, a Yats, a Dylan, no a Bob sino a Thomas.
No
recuerdo a Frida esperar alegre la partida y tampoco en su volar volver a verla
regresar jamás.
No
recuerdo el frío de la noche junto a Joaquín, con sus versos de machín, un
trombón y bombín.
No
recuerdo a Mario sentirse papel mojado en un buzón sin tiempo y espera y
viceversa
Ni a
José esperar tan lejos y tan pronto y de cerca y con demora su última
llamarada.
No
recuerdo la desesperación ni el augurio ni el río ni el destiempo.
No
recuerdo a mi Pilar en su ausencia y a su amor en vela dormida
Ni al
oleaje de sus manos sostenerme la mirada en mi última caída.
FLOR DE
FE.
ENCERRADME
EN EL detenimiento
hasta el
chasquido ebrio de febrero
perdido
en el olor
habitante
del extravío
en el
pelo delicado de los océano,
sin vida
y sin vacíos.
Te
llevaré conmigo viento peregrino
amando
los minutos,
mojando
el alba en los óleos del camino
Solo
cuerpo silvestre que se ufana ignorado
con la
muerte sola y el dolor en calma.
Desnudo
y retirado donde mi corazón me mira
taciturno,
inmundo y desierto de más.
Así me
veo, hallado en el mar de estepa donde crece
las
manos de la sombra que son la nada que me sobra.
Luna de
las arenas,
tienes
la sangra de un ruiseñor
que
agoniza lúgubre con el viento,
sosteniendo,
el cielo
y el silencio.
PRETÉRITO
EN EXILIO.
YA TODO
SE pierde,
entre
los vientos
sobre el
destierro agrietado
tira
noche de las llanuras,
en la
tarde desembocada de crepúsculos.
Más allá
de las mañanas.
En el
huesudo peso de la ausencia.
Ya en el
extravío
en el
corazón sediento de los pájaros
en las
alas de los muertos
bajo el
tiempo del otoño
en el
alto silencio
desde el
olvido.
En los
inválidos números infinitos.
Desde
donde resopla el viento
el
rostro de la sombra por mis manos,
desde
donde la muerte,
silente,
a esta parte
me
obscurece irremediable, el sueño.
*Gloria Dávila
Espinoza. Huánuco 1961, poeta, narradora, teatrista y activista indígena.
Doctora en Ciencias de la Educación. Traducida al francés, rumano, catalán,
alemán, inglés y coreano. Ha sido antologada en Medio Oriente, América del Sur,
Europa, Asia y Centroamérica. Premiada fuera y dentro de su país. Ha publicado
6 libros: Redobles de Kesh, Kantos de Ishpingo, La firma, Danza de la noche, El
hijo de Gregor Samsa y La casa del demonio.
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