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Río de flores, riendo; a Ríos que sangra, llorando


No es mi estilo, y con esta frase –como el articulista Rios– me dirijo seriamente, en respuesta a tamaño desatino publicado el día lunes 21 en “La columna del antropófago” del Diario Correo. Lo hago, ya desde Lima, pues mientras estuve en Huamanga ese Ríos que sangra llorando permaneció en un mutismo sepulcral, al igual que los integrantes del periódico en el que escribe, cuando los otros diarios anunciaban la presentación de mi libro “El sendero luminoso del placer”, me hacían algunas entrevistas e incluso en la calle algún transeúnte me acribillaba a preguntas acordes al espíritu de la reciente publicación. Un mutismo sin razón aparente, o más bien con ella, pues, si bien es cierto que el libro invita a la polémica es justa razón preocuparse en cazar la noticia o en todo caso hacer trastabillar al autor con preguntas interesantes.


Mi nervudo estómago de hierro acepta muy bien toda crítica, sin embargo ¿por qué comprometer a la comunidad de escritores de Ayacucho o la población entera? Ya en su día, cuando recién arribé de España con el empeño de promocionar a los jóvenes valores ayacuchanos, conocí a un tal Rios, aún no sangraba pero ya lloraba; y bajo mi sello editorial publicamos dos poemarios suyos: “Epístolas del orate sensato” y “Canto a la liberación del caracol”, (empolvados, aún los conservo, y a poco menos de diez años, como un Cristo, más bien por olvido que por gracia ya todo lo perdono, incluidas las deudas que doy por perdidas, querida Magdalena).


Posteriormente y dado que él era un desconocido, incomprendido, rebelde alumno universitario y que graciosamente rozaba la agresividad verbal –en reiteradas ocasiones en actos públicos calificó a más de un poeta como “imbécil y mediocre”; así como a los integrantes del Taller de literatura Qantu liderados por Antonio Sulca y Abilio Soto, de quienes dijo: “ilusos pues los poemas en quechua conmueven, pero son unos bodrios”–, poco a poco daba indicios de que su postura aspiraba solo llamar prontamente la atención. Los miembros de la citada agrupación merecieron premios literarios a nivel nacional, entre otros de la Universidad Nacional Federico Villarreal, la cual encomendó a Porfirio Meneses Lazón la traducción al quechua de los poemas de nuestro poeta mayor César Vallejo.


Ahora lo ha logrado María Magdalena Rios o simplemente Rios, fiel al ansia de protagonismo (al igual que yo), aceptó el cargo de Vocal de biblioteca de la Asociación de Escritores de Ayacucho (AEDA) a la que siempre criticó y en la que actualmente (en presidencia de Urbano Muñoz) tiene otro cargo directivo. Pero la diferencia es la convicción: en qué quedamos pues entonces cuando afirma que: “Las dificultades y sacrificios que este proceso exige no deben ser disculpa para seguir llamando poesía a lo que no es sino literatura mediocre”. Realmente contradictorio, “llorona”, no puedes amar aquello que detestas.


Hace algún tiempo Lluvia Editores en una campaña por la lectura en los Estadios nacionales lanzó la futbolística serie titulada: “Estos once”, selección de lo más representativo en poesía de cada departamento, el entrenador de la camiseta ayacuchana fue Marcial Molina, y sus jugadores eran escritores generacionalmente mayores. Fue a raíz de ello que en una reunión, Alejandro Melgar sugirió responder esa antología con una nueva selección de autores jóvenes que también dominaban su pelota literaria pero con temática más bien iconoclasta y vanguardista. Así nació: “Los verdaderos 11”, donde estaba incluido el articulista llorón quien sugiriera algunos nombres como Reyder Ramírez, amigo en común. Selección que corrió a cargo de los asistentes a ese evento literario, donde todos fuimos culpables, aunque se me atribuya pérfidamente el haber elaborado un cuantioso cálculo comercial.


Si bien en su día a la periodista y amiga Feli Sulca se le ocurrió llamarme mitad en broma y mitad en serio “el niño terrible de la poesía ayacuchana”, jamás acepté dicha alusión clara a Jaime Bayli, con quien existen diferencias marcadas de estilo literario. ¿Niño mimado? A mucha honra, siempre me he considerado como un dulce bebé de pecho, inclusive en lo poético, así no querré jamás romper el cordón umbilical que me une a mis ancestros, incluso los literarios. Hasta ahí no hay problema, mi querido Watson.


Pero cuando el articulista hace referencia a mi libro “El sendero luminoso del placer” y se centra únicamente en el título del mismo, supongo que lo hace por flojera o languidez y sin leerlo señala que se desentierra viejos dolores y sufrimientos vividos en la época de la guerra civil, aún cuando él recién arribó a Huamanga en el año 1991, y no experimentó en carne propia lo que el pueblo ayacuchano. Afirma con una extraordinaria ceguera literaria e intelectual que “tomar por título un problema tan sensible e irresuelto... no es para broma”, cuando quizá nunca en su vida ha leído algo de teoría literaria. Y, en una obcecación plagada de errores e inexactitudes, señala que es extraña disposición mía (y entendible, acota) el utilizar el nombre de Sendero Luminoso para titular estas “crónicas del disfuerzo (sic) y la puerilidad”. Con esto último estoy totalmente de acuerdo, las crónicas no pueden sino interesarme a mí mismo como autor y me baño en el egolatrismo de la escritura; pero cuando manifiesta que se hace una fanfarria de lo que ayer fue tragedia, creo sencillamente que no accedió al texto (se hubiera acercado a pedírmelo, le hubiese obsequiado un ejemplar).


El día de la presentación de “El sendero…” lo pude ver en el patio del Centro Cultural de la UNSCH, no sé qué haría ahí, quizá iba de curioso o tal vez su jefe le encomendó cubrir siniestramente el evento en el que permaneció tan solo poco tiempo, quizá abrumado al ver al público ávido y, como un caracol, escondió su cabeza y se hundió en su submundo sin dejar huella. Si al menos se hubiera tomado el trabajo de leer el texto, sonreiríamos juntos, ya que no podemos dar una certera opinión de algo que desconocemos. La improvisación solo es magistral en terrenos de terceros y la poca investigación literaria a veces suele hacer hablar con espumarajo de caracol.


Los calificativos narcisista, ludista (no budista), seudo hedonista, me gratifican y enorgullecen, pues dan pie a la consideración propia inversa por contraparte, por ser ello soy necesariamente lo opuesto. He reído a rabiar de la constatación revisando sus poemarios, pues el citado escribidor en uno de sus poemas auto-calificativos consigna: “…cuando estés contigo mismo, no te engañes, ríete de ti y sé todo lo torpe, tonto e inútil que puedas; el hombre debe aprender a ser inútil, solo así se salvará…”.


Rios habla de la oficialización de la literatura ayacuchana en mi persona (ay, ego mío, no puedo contigo) y como tal le haré caso y por ello cabe hacerle recordar no alguna deuda sino que en el tiempo de mi Presidencia en la AEDA, casi la totalidad de escritores ayacuchanos estuvieron presentes en la capital, en las noches culturales del Centro Cultural “La Noche” de Barranco, incluido el propio Rios, en primera fila por supuesto; además de pasearnos por varios programas televisivos como “Vano Oficio” donde fuimos entrevistados.


El año pasado la literatura ayacuchana, sobre todo la escrita en quechua, fue la preferida en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt donde tuve la suerte de ser invitado representando al Perú, en enero de este año fui (ay, ego, ego mío) a la Feria del Libro de Trujillo, y probablemente esté también en la de Lima; pero eso sí con total seguridad en la Feria Internacional de Oaxaca (México), en noviembre de este año.


Dadas tus fatuas poses de mejor entendido en literatura en la ciudad de Huamanga es que con el paso del tiempo se sembró en ti una ojeriza hacia la ciudad que te cobija y los escritores que en ella habitan. Así niegas la existencia de una literatura ayacuchana, citando nombres propios; sin embargo, cuando aún yo era tu Cristo, recuerdo que te dirigiste a mi persona: “Maestro, te respeto por tu inesperado libro ‘Versos de kloaka’, sin él no existirías para mí”. Te invito Ricardo, (lo digo en serio), haz tus maletas para que critiques el propio libro conmigo al lado y con esa exhalación de encono y tirria. Y puedas recitar esos versos tuyos: “Claro, que tonto soy/ aún es tiempo de vencerle/ y desenmascararlo para siempre/ Hoy mismo voy a estrangularte/ con mis propias manos./ Ya no habitará/ nunca más en el espejo”. Así dejarás de ser condenado al olvido, aunque con tantas citas de tus poemarios espero por lo menos recuperar el tiempo perdido y motivar a la población ayacuchana a adquirirlos, y no como dices que muy a mi estilo, tu reflexión lo único que merece de parte mía es un ordinario flato.



                                 Tuyo en la locura antagónica, Willy del Pozo

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